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Sobre la guerra
por Roberto Fontanarrosa
Hace poco fui al cine a ver "El Señor de los
Anillos. Las dos torres". Fui a una de esas multisalas
donde la imagen es buena y el sonido, impecable. Por
ejemplo, escuché perfectamente durante toda la noche
a mi vecino masticando maíz pisingallo.
La película me pareció algo larga. Con una sola
torre alcanzaba. Antes de la película pasaron las
colas de, por lo menos, cinco películas más. Todas
yankis. En una de ellas andaba James Bond, incluso,
haciéndose el langa con un auto nuevo.
Sin embargo, lo que me impresionó fue otra cosa.
Entre las cinco colas contabilicé, por lo menos,
cincuenta explosiones. Explotaba todo. Había
autos que explotaban, lanchas que explotaban, motos
que explotaban, casas que explotaban.
Cualquier generalización suena injusta, pero uno
no puede menos que pensar que a los norteamericanos
les fascinan las explosiones. Les encantan. Basta
recordar las caras de fría complacencia de aquellos
generales yankis, en la Guerra del Golfo, mostrando
por cuál ventana habían entrado los misiles al búnker
iraquí y cómo habían estallado.
"El cine de Hollywood de los últimos veinte años
no hubiera existido sin los explosivos". Esto no lo
dijo Woody Allen, ni Pino Solanas, ni Mario
Benedetti. Lo dijo Sylvester Stallone con su voz
nasal, consecuencia de esos músculos que le han
brotado en la base de la lengua.
Pienso, entonces, que pecamos de ingenuos si
suponemos que los yankis no van a desatar otra guerra.
Si esperamos que se contengan en su impulso de hacer
estallar algo nuevo. Muchos años atrás, un aviso
publicitario mostraba el cadáver de un hombre. El
texto decía: "Sólo para una cosa ha sido fabricado un
revólver". Y sólo para una cosa ha sido fabricado un
misil.
En sus sabias leyes, Murphy diría: "Si algo ha sido
hecho para estallar, estallará".
Estoy elaborando una teoría largamente superadora
de la de Darwin. Sostengo en ella que el hombre no
sólo proviene del mono sino que, además, tras un
pináculo de desarrollo -quizás en el Renacimiento-,
está volviendo a él.
Y los norteamericanos, siempre a la cabeza en
todo, lideran este retorno. George Bush, por supuesto,
va más allá. Y nos conduce, ambicioso, hasta el Big
Bang de nuestros modestos inicios.
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